Debo de ser una de las peores actualizadoras de blogs del mundo…
El caso es que tenía pensado escribir el martes sobre un tema al que, precisamente, hace referencia mi amigo Luis en un comentario que me dejo ese mismo día: el remake de “Ultimátum a la Tierra” protagonizado por Keanu Reeves.
Pero el martes no me encontraba en condiciones de escribir. Quizá, las lágrimas que derramé ayer y antes de ayer por una persona que no conocía, a muchos les parezcan una tontería (incluso a mí me lo parecen si lo pienso fríamente), pero los seres humanos somos así.
Más allá del hecho de la muerte en sí, la controversia estos días ha sido el exceso y la demagogia que ha rodeado todo. Por un lado, los medios de comunicación, intentando hacer el agosto (nunca mejor dicho) a costa del dolor ajeno, metiendo el dedo en la herida. Amarilleandolo todo, porque hasta la prensa más seria acaba tropezando siempre con la misma piedra. Por otro lado, la gente, posicionada en dos bandos claramente diferenciados. Estaban los que lloraban sin consuelo, los que se rasgaban las vestiduras y cantaban y aplaudían en un torpe intento de demostrar lo que sentían en ese momento.
No seré yo quien los critique. No me veo coreando lemas al paso de un cortejo fúnebre ni aplaudiendo desaforada, pero cada uno se expresa como le parece más conveniente. La pena es algo muy íntimo y cada uno sabe como la siente y como la expresa. ¿Exagerado? Quizá ¿Fuera de lugar? No, porque el que la lleva, la entiende, y como dice mi abuela, más sabe el loco en su casa que el cuerdo en la ajena.
Aunque estos (los que lloraban, cantaban y aplaudían) eran mayoría aplastante, siempre hay voces discordantes que se alzan para recordarnos que sólo era un futbolista. Una persona, cuyo único mérito era darle patadas a un balón, que se ha muerto de una enfermedad congénita que no tiene cura, y que cada día mueren millones de personas por cosas más injustas y nadie se entera (o lo que es peor, nadie parece enterarse). La vida es así.
Y es verdad. Es injusto que haya miles de mensajes de condolencia para Antonio Puerta y ninguno para el obrero inmigrante que murió aplastado a la misma hora mientras reparaba un ascensor.
Yo estoy convencida de que si no hubiera sido Antonio Puerta la cosa hubiera sido distinta. El suceso ha tenido todos los elementos de una gran tragedia clásica. El héroe ha muerto, y no todos los futbolistas (y no todos los obreros, admitámoslo) son héroes. Puerta tenía 22 años, una edad a la que nadie se muere. Había nacido en Sevilla, en pleno centro de Nervión, junto al estadio. Jugó en todos los escalafones del Sevilla F.C., y una vez en el primer equipo, se encargó de marcar un gol épico, de esos que se recuerdan toda la vida. Fue en la prórroga contra el Schalke 04. Un golazo que metió al Sevilla en su primera final europea y que dedicó a su abuelo, fundador de una peña sevillista, que había muerto unos días antes. El mío, tan sevillista como el suyo, lo hizo justo un mes y medio después. Gracias a Puerta, él sí vio al Sevilla levantando la copa de la UEFA.
Cuando se ganó el título (y todos los que vendrían después), Puerta era el que más hablaba con la prensa, el que contaba chistes, el que se quedaba ronco de tanto cantar. Decían que era la alegría del vestuario.
Después, el seleccionador nacional lo convocó. Jugó un partido con la camiseta de España y tuvo alguna que otra oferta para jugar en algún equipo más grande que el Sevilla. Él no quiso irse, reforzando el mito aún más. No le interesaba ganar más dinero. Sólo jugar al fútbol en su equipo de toda la vida.
Lo que nadie sabía era que tenía una lesión congénita en el corazón que lo predisponía a sufrir una muerte súbita. Fue lo que le pasó el domingo, en el minuto 30 del partido contra el Getafe. El primer partido de liga. Partido televisado. Puerta, después de una galopada por la banda izquierda de su Sánchez Pizjuan, se desploma ante miles de aficionados y millones de telespectadores. Parada cardiorrespiratoria. Un desfibrilador le concede tres días en coma en la UCI. Cientos de personas le velan en la puerta del hospital. Tres días de agonía que nos han servido para conocer a su novia, algo mayor que él y embarazada de siete meses. El niño se llamará Aitor en honor a su excompañero Aitor Ocio y no conocerá a su padre.
Aitor Ocio era uno de los que, entre lágrimas, portaba el féretro ayer camino del cementerio.
Antonio Puerta era, les guste a algunos o no, un héroe del mundo del fútbol y como tal ha muerto y ha sido despedido.
Descansa en paz, niño.
jueves, 30 de agosto de 2007
miércoles, 15 de agosto de 2007
Aquiles y la tortuga
Casi todas las cosas buenas tienen su lado negativo.
El de nuestro viaje a Islandia ha sido la roncha que me ha dejado en la cuenta del banco. No es cosa de ponerse a hablar de números, pero me he visto obligada a fraccionar el pago de la tarjeta de crédito.
Mi intención era pagarlo en tres veces, pero resulta que mi banco no permite esa opción. En su lugar, te ofrecen la posibilidad de pagar un porcentaje cada mes, cobrándote, eso sí, un módico interés. Hice números y decidí pagar un 35% del total el primer mes. Pero si ustedes, mis queridos lectores, son espabilados (que lo son), habrán advertido rápidamente dónde está el truco. Exacto: el mes que viene no pagaré otro 35% del total que tenía pendiente al principio, sino un 35% de lo que me queda por pagar, con lo cual es imposible cancelar la dueda en tres meses. Las cantidades cada vez serán más pequeñas y yo seguiré pagando intereses. Llegará el día en que me quede un solo euro por pagar y mi banco sólo me cobrará 35 céntimos… Y así hasta el infinito y más allá que diría Buzz Lightyear.
Propongo que a partir de ahora, las paradojas de Zenón sean sustituidas en los libros de filosofía por las paradojas de la visa. Mucho más esclarecedoras, sin duda.
El de nuestro viaje a Islandia ha sido la roncha que me ha dejado en la cuenta del banco. No es cosa de ponerse a hablar de números, pero me he visto obligada a fraccionar el pago de la tarjeta de crédito.
Mi intención era pagarlo en tres veces, pero resulta que mi banco no permite esa opción. En su lugar, te ofrecen la posibilidad de pagar un porcentaje cada mes, cobrándote, eso sí, un módico interés. Hice números y decidí pagar un 35% del total el primer mes. Pero si ustedes, mis queridos lectores, son espabilados (que lo son), habrán advertido rápidamente dónde está el truco. Exacto: el mes que viene no pagaré otro 35% del total que tenía pendiente al principio, sino un 35% de lo que me queda por pagar, con lo cual es imposible cancelar la dueda en tres meses. Las cantidades cada vez serán más pequeñas y yo seguiré pagando intereses. Llegará el día en que me quede un solo euro por pagar y mi banco sólo me cobrará 35 céntimos… Y así hasta el infinito y más allá que diría Buzz Lightyear.
Propongo que a partir de ahora, las paradojas de Zenón sean sustituidas en los libros de filosofía por las paradojas de la visa. Mucho más esclarecedoras, sin duda.
viernes, 3 de agosto de 2007
Topo Gigio en el país de las maravillas
Iba a titular esta pseudocrónica de mi visita a Islandia como “La isla del fin del mundo”. Hubiera sido un error, porque Islandia es todo lo contrario: “La isla del principio del mundo”.
Imaginad que viajáis en el tiempo; millones de años hasta una época en la que el planeta estaba en formación (esto es un recurso literario. En realidad, según la teoría de la deriva continental, las placas tectónicas se mueven cada día un poquito, con lo que la “formación” de la Tierra es un proceso infinito). Seguro que se os viene a la cabeza volcanes erupcionando, ríos de lava y agua helada en colisión, hielo fragmentándose, nubes de polvo y vapor de agua, vegetación escasa transformando la superficie de la roca yerma con sus pequeñas raíces… Pues bien, eso es Islandia, el último territorio virgen de Europa. La isla del principio del mundo.
Probablemente, una semana no sea tiempo suficiente para explorar la isla (que cuenta con una superficie total de 103.000 km2, más o menos como Andalucía y Murcia juntas), pero sí para hacerse una idea de cómo funciona el país y para dejarse impresionar por sus rarezas de todo tipo. Al principio del viaje, no podíamos evitar compararlo todo con Escocia, pero una horas después caes en la cuenta de que el impacto físico y psíquico que provoca Islandia en el viajero (al menos en mí ^_^) supera con creces cualquier experiencia previa. Todo es extrañamente diferente y cambiante, e inmensamente grande. Eso por no hablar de la vida de la Islandia moderna y de sus precios desorbitados…
Pero centrémonos en unas cuantas de las maravillas islandesas y en una cuantas de las fotos que hemos hecho durante la semana. Eso de que una imagen vale más que mil palabras es verdad en este caso, así que comienzo por lo que más me ha gustado: el volcán Krafla y el área del parque nacional de Jökulsárgljúfur, con el precioso lago Mývath y sus curiosas formaciones geológicas.
Éste es el cráter del Krafla. Así visto no parece gran cosa, pero si os digo que entró en erupción por última vez en 1984 y que la lava aún está caliente después de 23 años, seguro que os da más respeto. Éste es el aspecto de la colada de la erupción de 1984.
El paisaje en los alrededores es casi dantesco: fumarolas, agua hirviendo, pozas burbujeantes de algo parecido a alquitrán y un olor a azufre que despierta a los muertos. Nauseabundo pero fascinante (ya digo que fue lo que más me impresionó).
A sólo 13 kilómetros de allí está el lago Mývatn, un acumulación de agua de origen incierto aposentada sobre una de las bombas de relojería más grandes del planeta. Un día Mývatn hará pum y desaparecerán sus pseudocráteres (creados por el estallido del vapor de agua formado súbitamente al caer la lava al lago), las curiosas y fantasmagóricas formas que el tiempo y el clima han moldeado en el laberinto de lava de Dimmuborgir y, por supuesto, los millones de mosquitos que habitan el lago (Mývatn significa en islandes "agua de mosquitos"). Todo desaparecerá para volver a empezar...
En el número dos de la lista de "dejarte sin respiración" están los glaciares. Hay unos ocho en toda la isla de diferentes tamaños. Entre ellos Vatnajökull, en el parque nacional de Skaftafell, el más grande de Europa y absolutante impresionante. La foto no le hace nada de justicia.
Por su lado sureste, Vatnajökull empezó a fundirse en los años 30 formando un lago al que bautizaron como Jökulsárión. El lago, en el que viven focas y un sin fin de aves (entre ellas la grácil y escandalosa golondrina ártica), desemboca en el mar, arrastrando grandes trozos de hielo que se quedan varados en la negra arena volcánica de la playa. Las diferentes tonalidades de azules del lago, aunque no son más que una ilusión óptica, dejan hipnotizado a cualquiera. Por si acaso no volvemos, nos permitimos el lujo de dar un paseo en barco anfibio por el lago.
En el número tres coloco a la falla que forma la separación-unión de les placas tectónicas americana y euroasiática. Desde el punto de vista geológico, podemos cambiar de continente en lo que se tarda en pasar un diminuto puente de madera, más propio de un jardín japonés que de una formación geológica de esa magnitud. La sensación es muy extraña. América y Euroasia se deslizan bajo tus pies en un viaje infinito del que sólo los islandeses son conscientes. Con unas balizas amarillas van marcando el casi inapreciable desplazamiento mientras los turistas se hacen una foto detrás de otra. Aunque la falla atraviesa el país en diagonal, el mejor sitio para verla es el parque nacional de Zingvellir, al suroeste del país, sede, además, del primer parlamento de Islandia, constituido en torno al año 930 (o sea, uno de los más antiguos del mundo).
Otro espectáculo natural que goza de mucha popularidad son los saltos de agua. El problema es que hay tantísimas cataratas que, vista una, vistas todas. Además, las alturas me dan pavor, y ver caer toda esas cantidades de agua desde casi 100 m (a veces más), con ese ruido tan ensordecedor... en fin, que me provocaba un vértigo que acabé cogiéndole manía a las puñeteras cascadas. La mejor para mí, Godafoss, aunque la más grande es Dettifoss y la más visitada, Gulfoss (como habéis deducido, la terminación foss significa salto de agua).
Cerca de esta última cascada, la de Gulfoss, se puede visitar otra de las espectaculares consecuencias de la actividad volcánica islandesa: los géiseres.
Vuelvo a decir que todo lo relativo a los volcanes me ha encantado, así que no os extrañe el hecho de que nos pasáramos más de dos horas mirando subir y bajar los chorritos de agua...
Para acabar (ya sé que os ha sabido a poco, pero tardo seis años en subir cada foto...), cuelgo unas cuantas fotillos de la entrañable fauna islandesa. Los frailecillos son los reyes del lugar y un símbolo del país (por cierto, se los comen). Las focas posan para los turistas en Jökulsárlón. Los delfines también pueden verse con una cierta facilidad cogiendo alguno de los barcos que salen de diferentes puntos de la isla (nosotros hicimos el circuito desde el pueblo de Húsavik). Lo realmente complicado es ver ballenas. Aunque te garantizan un 99% de probabilidades, nosotros sólo vimos, además de un grupo de siete delfines de hocico blanco, una cría de rorcual aliblanco (Minke whale en inglés, he tirado de google para saber cómo se decía en español) y, sinceramente, nos supo a poco. Navegamos a 35 km del círculo polar ártico en todo un alarde de resistencia al frío y, sobre todo, al viento. No olviden un buen protector labial si van a Islandia.
Y con esta bonita, aunque insustanciosa, imagen de la ballena, me despido no sin antes rogarles que, si quieren utilizar algunas de las fotos, me lo digan (que no hay derechos de autor ni nada, pero esta feo coger las cosas sin pedirlas, ¿no?). Ea, espero que lo que les cuente el año que viene sea igual de bueno.
Imaginad que viajáis en el tiempo; millones de años hasta una época en la que el planeta estaba en formación (esto es un recurso literario. En realidad, según la teoría de la deriva continental, las placas tectónicas se mueven cada día un poquito, con lo que la “formación” de la Tierra es un proceso infinito). Seguro que se os viene a la cabeza volcanes erupcionando, ríos de lava y agua helada en colisión, hielo fragmentándose, nubes de polvo y vapor de agua, vegetación escasa transformando la superficie de la roca yerma con sus pequeñas raíces… Pues bien, eso es Islandia, el último territorio virgen de Europa. La isla del principio del mundo.
Probablemente, una semana no sea tiempo suficiente para explorar la isla (que cuenta con una superficie total de 103.000 km2, más o menos como Andalucía y Murcia juntas), pero sí para hacerse una idea de cómo funciona el país y para dejarse impresionar por sus rarezas de todo tipo. Al principio del viaje, no podíamos evitar compararlo todo con Escocia, pero una horas después caes en la cuenta de que el impacto físico y psíquico que provoca Islandia en el viajero (al menos en mí ^_^) supera con creces cualquier experiencia previa. Todo es extrañamente diferente y cambiante, e inmensamente grande. Eso por no hablar de la vida de la Islandia moderna y de sus precios desorbitados…
Pero centrémonos en unas cuantas de las maravillas islandesas y en una cuantas de las fotos que hemos hecho durante la semana. Eso de que una imagen vale más que mil palabras es verdad en este caso, así que comienzo por lo que más me ha gustado: el volcán Krafla y el área del parque nacional de Jökulsárgljúfur, con el precioso lago Mývath y sus curiosas formaciones geológicas.
Éste es el cráter del Krafla. Así visto no parece gran cosa, pero si os digo que entró en erupción por última vez en 1984 y que la lava aún está caliente después de 23 años, seguro que os da más respeto. Éste es el aspecto de la colada de la erupción de 1984.
El paisaje en los alrededores es casi dantesco: fumarolas, agua hirviendo, pozas burbujeantes de algo parecido a alquitrán y un olor a azufre que despierta a los muertos. Nauseabundo pero fascinante (ya digo que fue lo que más me impresionó).
A sólo 13 kilómetros de allí está el lago Mývatn, un acumulación de agua de origen incierto aposentada sobre una de las bombas de relojería más grandes del planeta. Un día Mývatn hará pum y desaparecerán sus pseudocráteres (creados por el estallido del vapor de agua formado súbitamente al caer la lava al lago), las curiosas y fantasmagóricas formas que el tiempo y el clima han moldeado en el laberinto de lava de Dimmuborgir y, por supuesto, los millones de mosquitos que habitan el lago (Mývatn significa en islandes "agua de mosquitos"). Todo desaparecerá para volver a empezar...
En el número dos de la lista de "dejarte sin respiración" están los glaciares. Hay unos ocho en toda la isla de diferentes tamaños. Entre ellos Vatnajökull, en el parque nacional de Skaftafell, el más grande de Europa y absolutante impresionante. La foto no le hace nada de justicia.
Por su lado sureste, Vatnajökull empezó a fundirse en los años 30 formando un lago al que bautizaron como Jökulsárión. El lago, en el que viven focas y un sin fin de aves (entre ellas la grácil y escandalosa golondrina ártica), desemboca en el mar, arrastrando grandes trozos de hielo que se quedan varados en la negra arena volcánica de la playa. Las diferentes tonalidades de azules del lago, aunque no son más que una ilusión óptica, dejan hipnotizado a cualquiera. Por si acaso no volvemos, nos permitimos el lujo de dar un paseo en barco anfibio por el lago.
En el número tres coloco a la falla que forma la separación-unión de les placas tectónicas americana y euroasiática. Desde el punto de vista geológico, podemos cambiar de continente en lo que se tarda en pasar un diminuto puente de madera, más propio de un jardín japonés que de una formación geológica de esa magnitud. La sensación es muy extraña. América y Euroasia se deslizan bajo tus pies en un viaje infinito del que sólo los islandeses son conscientes. Con unas balizas amarillas van marcando el casi inapreciable desplazamiento mientras los turistas se hacen una foto detrás de otra. Aunque la falla atraviesa el país en diagonal, el mejor sitio para verla es el parque nacional de Zingvellir, al suroeste del país, sede, además, del primer parlamento de Islandia, constituido en torno al año 930 (o sea, uno de los más antiguos del mundo).
Otro espectáculo natural que goza de mucha popularidad son los saltos de agua. El problema es que hay tantísimas cataratas que, vista una, vistas todas. Además, las alturas me dan pavor, y ver caer toda esas cantidades de agua desde casi 100 m (a veces más), con ese ruido tan ensordecedor... en fin, que me provocaba un vértigo que acabé cogiéndole manía a las puñeteras cascadas. La mejor para mí, Godafoss, aunque la más grande es Dettifoss y la más visitada, Gulfoss (como habéis deducido, la terminación foss significa salto de agua).
Cerca de esta última cascada, la de Gulfoss, se puede visitar otra de las espectaculares consecuencias de la actividad volcánica islandesa: los géiseres.
Vuelvo a decir que todo lo relativo a los volcanes me ha encantado, así que no os extrañe el hecho de que nos pasáramos más de dos horas mirando subir y bajar los chorritos de agua...
Para acabar (ya sé que os ha sabido a poco, pero tardo seis años en subir cada foto...), cuelgo unas cuantas fotillos de la entrañable fauna islandesa. Los frailecillos son los reyes del lugar y un símbolo del país (por cierto, se los comen). Las focas posan para los turistas en Jökulsárlón. Los delfines también pueden verse con una cierta facilidad cogiendo alguno de los barcos que salen de diferentes puntos de la isla (nosotros hicimos el circuito desde el pueblo de Húsavik). Lo realmente complicado es ver ballenas. Aunque te garantizan un 99% de probabilidades, nosotros sólo vimos, además de un grupo de siete delfines de hocico blanco, una cría de rorcual aliblanco (Minke whale en inglés, he tirado de google para saber cómo se decía en español) y, sinceramente, nos supo a poco. Navegamos a 35 km del círculo polar ártico en todo un alarde de resistencia al frío y, sobre todo, al viento. No olviden un buen protector labial si van a Islandia.
Y con esta bonita, aunque insustanciosa, imagen de la ballena, me despido no sin antes rogarles que, si quieren utilizar algunas de las fotos, me lo digan (que no hay derechos de autor ni nada, pero esta feo coger las cosas sin pedirlas, ¿no?). Ea, espero que lo que les cuente el año que viene sea igual de bueno.
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